El caso más reciente se registró el 19 de marzo de 2017, en un pueblo rodeado de vecinos conflictivos.
Como una familia se ven los pobladores de Abriaquí, un municipio de 2.700 habitantes, de los cuales 824 viven en la zona urbana. Se estima que unas 300 personas de la zona céntrica son adultos mayores que prefieren la tranquilidad del municipio. FOTOS ESNEYDER GUTIÉRREZ CARDONA
En esta vivienda de la vereda Potreros, en los predios de la finca Coromé, ocurrió el último homicidio en este municipio del Occidente.
Con todos los detalles posibles, los habitantes de Abriaquí, Occidente antioqueño, cuentan cada uno de los homicidios que se han presentado en los últimos 12 años y hasta recuerdan los nombres de cada una de las víctimas: Leonel Carvajal Sabi y Diego Elías Villa Marín.
Estas dos personas son las únicas que han muerto asesinadas en los últimos 4.346 días y ambos casos han ocurrido en zonas que quedan en el corredor que conecta a este municipio con su vecino de Frontino.
El último asesinato en esta localidad ocurrió el 19 de marzo de 2017, es decir, hace 2.329 días. En este mismo periodo, en Medellín, la violencia cobró la vida de 3.062 personas, 362 personas más que todos los habitantes de Abriaquí.
El cuerpo de esa víctima reposa en la bóveda 333 del cementerio municipal. Es el de Leonel, a quien conocían como Centauro y recordaban por ser una de las personas más conflictivas en esa época, cuando el municipio completaba seis años sin asesinatos.
“Era una persona que tenía muchos conflictos sociales y, decían las malas lenguas, que era quien traía los estupefacientes para comercializarlo en algunas zonas”, manifestó Vasty Johana Villarreal, comisaría de Familia de Abriaquí, pero quien también ejerce como inspectora de Policía.
Tan delicada era su situación que criminales lo hicieron ir mediante amenazas. Cuando decidió regresar para visitar a su hermano, los delincuentes le demostraron que no eran mentiras sus mensajes y a las 4:00 de la tarde de ese domingo lo mataron con arma de fuego en una vivienda de la finca Coromé, ubicada en la vereda Potreros, a 12 kilómetros del parque principal. Tenía 59 años.
Más atrás en el tiempo, el 11 de septiembre de 2011, se presentó el crimen, con arma de fuego, de Diego Elías, en el lejano corregimiento de La Antigua, el cual los abriaquiceños aseguran que parece más de Frontino por su cercanía y porque quienes viven allí usan más fácil los servicios de ese municipio vecino. Tanto así que el cadáver de este hombre está sepultado en el cementerio de Frontino.
La evidencia de la poca violencia en Abriaquí puede verse en su cementerio, que tiene dos particularidades. Por un lado, la mayoría de los fallecidos superan los 65 años; y por otro, de las 460 bóvedas que tiene 89 están desocupadas.
“Acá en Abriaquí la gente se muere de vieja en la mayoría de los casos, debido a la calma que hay y a que buena parte de su población son adultos mayores que quieren vivir en un ambiente tranquilo”, aseguró el intendente jefe Edgar Garcés. comandante de la Policía de este municipio.
Son como una familia
La pequeña extensión territorial de la zona urbana, que no llega al medio kilómetro cuadrado, y los 824 habitantes que viven allí, hacen que todos se vean como una familia.
“Acá todos se conocen y se protegen. Es muy complicado que un forastero pueda llegar al municipio sin ser identificado. Si la comunidad le ve comportamientos extraños, inmediatamente nos los reportan”, aseguró el intendente jefe Garcés.
En estos momentos, las únicas personas extrañas que ya son vistas con normalidad son los trabajadores de la remodelación del parque principal, quienes llegaron de cuenta de la Gobernación de Antioquia y realizan la intervención de un espacio al que no se le metía la mano desde 1998.
“Hemos tenido un par de contratiempos con unos trabajadores de ese proyecto que han intentado alterar la situación de orden público, pero lo hemos controlado y le reportamos la situación a la empresa encargada, que ha tomado medidas”, aseguró el comandante policial.
Óscar Oswaldo Pérez, habitante de este municipio y quien vive de la venta de leche y de algunos cultivos, recorre el parque principal como su única actividad de esparcimiento. Eso no le preocupa porque no cambia la tranquilidad que se vive en este lugar, donde puede saludar desde el funcionario de la Alcaldía hasta el tendero como si fuera su hermano u otro familiar.
“Acá todo es muy tranquilo y calmado y la gente es muy amable, tanto que acá nadie le roba a nadie, nadie le hace daño a nadie”, comentó el lugareño.
Durante la semana, el pueblo a las 9:00 de la noche queda en la penumbra porque sus habitantes madrugan a revisar sus cultivos u ordeñar sus vacas. Los fines de semana, la actividad se extiende hasta las 12:00 de la noche porque las personas aprovechan para tomarse sus tragos en cuatro establecimientos comerciales que hay en el parque principal: un café, un restaurante-bar, un billar y una licorera.
¿Qué hace la Policía?
Tan tranquila es la situación en Abriaquí, que es muy poco el trabajo que tiene la Policía. En todo el 2023 han hecho 14 comparendos por el Código de Policía, de los cuales seis se presentaron en riñas. “Pero no es que sean peleas que se saquen armas ni nada, sino que son algunos alegatos que se comienzan a subir de tono y nosotros inmediatamente intervenimos”, señaló la comisaria de familia.
Son 13 policías los que están a cargo de la seguridad de los 293 kilómetros cuadrados que abarcan el pequeño casco urbano, las 16 veredas y el corregimiento La Antigua, los cuales son fáciles de vigilar por su cercanía, en su mayoría, por caminos de trocha. Además, se han logrado tres capturas, todas por órdenes judiciales.
“Se trabajan en turnos y casi siempre somos tres policías que nos encargamos de los patrullajes y de algunas labores de vigilancia”, señaló un uniformado que resguardaba solitario el comando de Policía, ubicado a una cuadra.
Bajo ese contexto, el comandante de la Estación de la Policía puede aprovechar para realizar trabajos pedagógicos en instituciones educativas y con la comunidad en general en contra del delito y del consumo de drogas.
Y este panorama se vive en una zona que tiene injerencia la subestructura Edwin Román Velásquez Valle, una de las más violentas del Clan del Golfo, pero que parecieran no querer alterar la paz de los abriaquiceños.
“Los policías pueden aprovechar, en sus tiempos libres, para jugar partidos en la cancha contra otros habitantes y lo hacen con la seguridad de que no les va a pasar nada. Para un buen policía, estar en Abriaquí es un premio, si le gusta la tranquilidad. De lo contrario, no la pasaría bien”, señaló Rocío Gallego, quien tiene su vivienda al final de una de las calles, a escasa media cuadra hacia el occidente.
¿Y los robos? Ese fenómeno no se ve en Abriaquí, que es un municipio en el que sus habitantes, aún en las fiestas de los Reyes Magos y el Retorno que se celebran en enero, pueden dejar sus puertas abiertas de día y de noche, con la certeza de que van a encontrar todo como lo dejaron.
“Más de una vez dejo la puerta abierta y me pongo a hacer mis cosas y nadie se me mete. Y así ocurre en todo el municipio”, expresó Rocío, mientras que en otra conversación lejana otro habitante relataba que un día dejaron afuera de su casa una motocicleta durante seis días sin saber de quién era, hasta que apareció su propietaria, una vecina que se fue de viaje durante ese tiempo.
Para acceder se necesita recorrer 27 kilómetros en camino de trocha, algunos tramos buenos, otros no tanto, para llegar a la vía hacia el Urabá antioqueño, saliendo por el casco urbano de Cañasgordas.
Y precisamente su vía la sienten como su resguardo de la violencia. De hecho, temen que cuando se terminen las obras del Túnel Guillermo Gaviria Echeverri o del Toyo y los trabajos de pavimentación de la vía de acceso lleguen forasteros desde otras latitudes que les quiten la paz que lleva décadas acompañándolos.
“Entendemos el progreso, pero no dejamos de asustarnos con que si la gente de afuera comienza a venir nos dañe la tranquilidad del pueblo, porque sabemos que si vienen puede haber mucho progreso y mucha plata, pero también problemas que no queremos”, concluyó Óscar Oswaldo Pérez.
Por: Santiago Olivares Tobón
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