La Cava es un bar bajo tierra, ubicado en un túnel que comunica al emblemático hotel con otro edificio.
Sobre el hotel Nutibara se ha escrito todo. Decir algo nuevo, además de redundar, es casi una necedad. La visita de Gaitán un año antes de su muerte, los paseos de Zubeldía por el lobby, la noche en que allí durmió Pelé, la orquesta de Lucho Bermúdez; esos cuentos se han echado hasta la saciedad. A pesar de eso, debajo del hotel hay un túnel que ha pasado relativamente desapercibido. Es un pasadizo debajo de la ciudad, con aire acondicionado. Y licor.
La construcción del Nutibara comenzó en 1937, la época de oro de la ciudad durante el siglo XX. Frente al hotel se levantó otro edificio, el Nutibara Express, que funcionó durante muchos años como complemento de la sede principal. Para comunicar ambos edificios se construyó un túnel por donde pasaban los empleados. En una de las bocas de ese túnel funcionaba la lavandería.
Con el tiempo se fueron tejiendo mitos sobre el túnel. Como que en la época del narcotráfico se convirtió en escape para los capos, pero eso no es más que habladuría, irrelevante en la historia. Lo que importa es que el túnel se conserva y cualquiera en Medellín puede ir a verlo.
Es difícil explicar por qué ha pasado desapercibido durante años. En la boca del túnel, donde operaba la lavandería, hay un bar de aire bohemio. La entrada está a la mano derecha del hotel. Se desemboca en unas escaleras de madera, como las de un barco, más bien empinadas y oscuras, que van crujiendo agradablemente con los pasos.
Adentro el aire es fresco y hay buena ventilación, pese a estar bajo tierra. Los acabados son todos en madera y da la impresión de haberse transportado a otra época. En los baños hay lavamanos con detalles dorados, perillas color oro. Son los viejos lavabos que usaron los huéspedes en los tiempos del esplendor.
El bar se llama La Cava y busca precisamente eso, rescatar un lugar con historia, el túnel, para convertirlo en un referente. En La Cava no se siente el paso del tiempo y el cliente puede confundir la noche con el día. Pero también es un oasis dentro del centro. Su administrador, Cristian Martínez, dice que la gente llega y se sorprende de que un sitio tan tranquilo esté en medio del caos de este punto de Medellín.
Recordando un Nutibara de lujo
En un jueves en la tarde, los clientes toman apaciblemente una media de ron o una botella de Baileys. En el sitio se escucha toda clase de músicas populares, pero los clientes del momento han pedido vallenato. De los parlantes sale la voz de Romualdo Brito, en Mi Presidio, como una coquetería al encierro agradable bajo el centro de Medellín.
El bar está en declive y su extremo se asemeja al interior de un submarino. Pero lo más curioso es que en el fondo hay una puerta que parece vedada. Detrás de ella se ve una luz blanca, medio mortecina, como de hospital. Aunque nada lo indica, parece un paso prohibido.
Pero basta acercarse lo suficiente para darse cuenta de que no hay ningún misterio. Detrás de la puerta continúa el túnel, ya sin el recubrimiento de madera y sin música; el aire se hace más pesado, tibio, como estancado. Bastan unos metros para salir del otro lado y darse cuenta de que, en efecto, es un pasadizo dentro del centro.
La Cava abre hasta las 12:00 de la noche en los días de semana, pero en fines de semana se extiende hasta las 3:00 o 4:00 de la mañana, según los ánimos de los clientes. Cristian, el administrador, dice que están en un proceso de mejoramiento del lugar, y eso incluye la incorporación de noches de música en vivo: son cubano, salsa, tango.
El renacer del Nutibara
El hotel tiene una nueva administración desde hace nueve meses. Andrés Angarita, el gerente, dice que lo encontró sumamente deteriorado, con las habitaciones obsoletas y convertido en un proyecto que poco tenía que ver con su historia.
Las últimas dos décadas han sido de agonía para el Nutibara. A comienzos de los 2000 se declaró en quiebra y desde entonces, con fluctuaciones, ha sobrevivido. Sus entornos, antes propicios para una caminata en la noche, se convirtieron en un hervidero.
A todo el frente está la Plaza Botero, que la Alcaldía cerró hace unos meses. Bajo el viaducto del metro hay cientos de venteros, muchos de ellos de legumbres, y pasar por allí es adentrarse en un sube y baja de olores, desde marihuana hasta piña y otras cosas podridas.
A la gente le da miedo ir a un hotel en el centro, y eso es apenas natural. El gerente dice que llevan nueve meses trabajando con los comerciantes y los venteros para transformar la zona. Es frecuente que los huéspedes lleguen desprevenidos y se aterren con el olor a marihuana y bazuco que a veces llega hasta el dintel. “Los invito para que vengan en unos meses y se den cuenta de cómo va a estar esto transformado”, dice.
Una de las propuestas para revivir la zona es la apertura de un restaurante 24 horas. En la terraza del hotel van a abrir un café y volverá el Grill de las Estrellas, el show de música en vivo que en su momento presidió Lucho Bermúdez. El remate, por supuesto, será bajo tierra, en La Cava.
ANÉCDOTA
La visita ilustre del caudillo Gaitán
El Nutibara es reconocido por los huéspedes que ha recibido. Desde políticos hasta estrellas del cine y futbolistas han pasado por sus pasillos. En las paredes están colgadas fotos de esos personajes ilustres, como el presidente Carlos Lleras. Sin embargo, la visita más emblemática fue la del caudillo Jorge Eliécer Gaitán, en 1947, un año antes de su asesinato. El político se tomó una foto emblemática en la terraza. Aparece de traje, mirando a la cámara, y detrás suyo está la cúpula de la Basílica Metropolitana. Andrés Angarita, el gerente del hotel, dice que cada tanto llegan personas hasta la terraza para tomarse una foto como el caudillo.
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