Nariño, la frontera de la que nadie habla

Aunque ya se abrió el paso fronterizo por Rumichaca, en Ipiales, el negocio por los pasos ilegales persiste. Allí no solo se habla de los venezolanos que viajan hacia el sur, sino además de los que retornan y de los haitianos que siguen su camino hacia Necoclí.

Colombia tiene más de 6.300 km de frontera terrestre con cinco países y costas en los océanos Pacífico y Atlántico. Son zonas de una riqueza cultural y natural inimaginables, y de constantes flujos de migrantes avivados tanto por la hermandad entre naciones como por los vaivenes políticos de la región. En algunas de estas fronteras hay grupos armados ilegales, rutas de narcos, contrabandistas o traficantes de personas. ¿Cómo fortalecer la presencia del Estado, aprovechar las oportunidades de integración, dinamizar la economía y aprender de los ejemplos de resiliencia de indígenas, afros y otras comunidades de esas zonas? El Espectador, la Fundación Paz y Reconciliación, y la Friedrich Ebert Stiftung Colombia (Fescol) recorrieron las zonas limítrofes del país y documentaron su situación. Quinta entrega.

El paso por el puente de Rumichaca, entre Colombia y Ecuador, está tranquilo. Hace dos meses esta frontera fue reabierta, por lo que en el paso que une a ambos países ahora solo hay funcionarios de Migración que piden el documento de identidad y el carné de vacunas a quienes entran al vecino país, mientras que en el sentido contrario no hay ninguna restricción.

A simple vista, los flujos de migrantes continúan. Mientras algunos haitianos toman colectivos del lado ecuatoriano para entrar a Colombia, junto a ellos aparecen venezolanos que retornan a su país, como es el caso de Vanessa, quien llegó caminando a Ipiales junto a su esposo, su prima, sus dos hijos, un perro y tres grandes maletas en las que llevaban lo que pudieron conseguir en año y medio en Perú. “Allá hay mucha xenofobia y cada vez era más difícil conseguir trabajo. En Venezuela por lo menos uno sabe que tiene a la familia, que lo ayuda a uno”, dijo el hombre del grupo. A finales de año los flujos de retorno de venezolanos suelen subir debido a las festividades decembrinas, ya que aprovechan esta época para visitar a sus familias. Pero últimamente el regreso se ha mantenido, en su mayoría, por las difíciles condiciones que se presentan para regularizarse como para mantener una calidad de vida. En otros casos han sido víctimas de robo y hasta de trata de personas, por lo que prefieren regresar a su país.

“Mi hija nació antes de tiempo, porque él me cogió a golpes”, recuerda Natalia*, quien llegó con sus tres hijos a Ipiales, luego de que huyó de la habitación en la que vivía con su pareja en Piura. Era víctima de un matrimonio servil. “Él me dio lo del arriendo y la señora de la casa me dijo que no le pagara y que con eso me fuera. Vendí la bombona de gas y el televisor, y de eso me quitaron 250 soles en la trocha para pasar de Perú a Ecuador con mis hijos, pagué 30 dólares en un tiquete de bus para Tulcán y con cinco dólares que me quedaron pagué un carro para pasar a Ipiales”, narra Natalia, quien esperaba recibir la ayuda de cooperación no solo para hacer la denuncia, sino además para facilitar su tránsito con sus hijos de cinco y tres años, y un bebé de tres meses.

En el paso fronterizo de Ecuados y Perú, a Elena* le quitaron todo presuntos integrantes del Tren de Aragua, quienes habrían interceptado el bus en el que iba camino a Quito para encontrarse con su hija y su nieto. Iba sola, por lo que no le quedó más que devolverse ante el temor que le ocurriera algo de nuevo y la imposibilidad de que su familia le ayudara.

La situación tampoco es fácil para los que van a los países del sur. Alfredo Córdoba y su esposa Anru salieron con tres familias, entre ellas uno de sus hijos y dos vecinos, de Venezuela con el fin de llegar a Perú, donde está una de sus hijas. “Soy técnico industrial y podía ganarme hasta 200 dólares haciendo un trabajo, pero ahora no hay quién le dé a uno trabajo. Mi esposa era jefa de calle, la que entregaba las bolsas que daba el gobierno, pero eso no alcanza para nada y sí tenía que ir a todas las cosas que organizaba el partido”. Llegaron en bus a Bogotá, donde pagaron un transporte para llegar a Cali, pero los engañaron y los dejaron botados en Ibagué. Desde ahí les ha tocado limpiar vidrios y pedir dinero para poder continuar el viaje.

 




 


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